Conejos blancos
Por Daniela Ramos.-
Leonora Carrington (Reino Unido 1917- México 2011) no sólo fue una escritora surrealista, sino que además fue una valiosa artista plástica.
Su cuento “Conejos blancos” publicado originalmente en el año 1952, convierte a estas criaturas tiernas y adorables en seres horrorosos. Así avanza de la mano del surrealismo, dejando de lado ciertas arbitrariedades ejercida a fuerza de razón, da rienda suelta lejos de los cuentos de terror tradicionales, explora el mundo del subconsciente y descifra el significado de los sueños.
Se ubica de forma colindante al estilo gótico donde la muerte, la peste y el contagio nos llevan a edificaciones inexpugnables. Para ello la narradora elige la ciudad de Nueva York. Una casa lúgubre y una vecina, la cual parece ser humana, alimenta con huesos a unos cuervos que revolotean. Ella se pregunta por la procedencia de “esa comida”, pero en un abrir y cerrar de ojos se establece una extraña conversación ante una situación salpicada de cotidianeidad. En tono casual esa señora de largo cabello negro pregunta si no tendrá algo de “carne podrida”. ¿Quién guardaría carne en ese estado? se pregunta ella.
Sin embargo la curiosidad mató al gato y la chica no puede resistirse a tal tentación, por ello compra carne para dejarla descomponer. Cuando el proceso se completa y logra acceder a la casa, la cual parece abandonada hace ya mucho tiempo. La vecina acepta la carne podrida y se la ofrece a sus dulces mascotas. Entonces aparecen en escena varios conejos carnívoros que luchan como verdaderas fieras por su comida. Ante la llegada del esposo de la extraña mujer, nuestra protagonista indiscreta decide que lo mejor es huir, ahora que aún puede hacerlo con todas las partes de su cuerpo debajo de su cabeza.
Este cuento sencillo y corto muestra una historia en la cual no sólo los personajes principales son extravagantes. Esos conejitos amorosos, esos mismos que nos remiten a la buena suerte según la cultura popular europea, ya no son herbívoros, sino que comen carroña. Ya no se mueven en armoniosa convivencia con los humanos dando saltitos simpáticos en un florido jardín, ahora pugnan por su sustento mostrándose como auténticos seres salvajes.